LA INVENCIÓN DE HUGO (Martin Scorsese, 2011)

El mundo entero es una maravillosa maquinaria en la que cada pieza, por insignificante que parezca, cumple su función imprescindible. Un niño huérfano cuida de los relojes de la estación de Montparnasse buscando la pieza que volverá a hacer funcionar un autómata escribiente, Hugo busca la pieza que ha dejado de funcionar en los engranajes de su vida, en los engranajes del mundo. Busca el recuerdo de esa pieza rota que es su padre para recomponerse a sí mismo y con ello recomponer, sin adivinarlo siquiera, la historia del cine que rompió la primera guerra.

Melies y Hugo, ambos como los alter ego de Martin Scorsese cada uno en sus facetas, juegan con los objetos mecánicos de la película, con las cámaras, los relojes, los autómatas, los proyectores, los ratones de cuerda, para explicarnos que la magia aún es posible. Que la fotografía, la música, el guión, la ambientación de una película pueden estar tan conseguidos que sean capaces de transportarnos durante dos horas a otro universo. Hay tantas secuencias en esta película que me emocionaron profundamente que deberé hacer nuevos visionados para disfrutarlas en toda su complejidad, en todos sus engranajes de alta precisión. Las pesadillas, las miradas tras los relojes, el olor de las flores y los croissants de la estación, las vistas de un París de cuento, el cohete en el ojo de la Luna, los fotogramas coloreados uno a uno... mejor cierro la boca o se me cae la baba.

El amor por la magia del cine de Scorsese no tiene fin. Si te pasa lo mismo que a él, seas grande o chico, déjate llevar por el pequeño Hugo Cabret y por el iluminado autor de Un viaje a la Luna (1902) a otro viaje alucinante, a un espectáculo hipnótico digno de uno de los mayores orfebres de nuestros días. Y si lo haces en familia obtendrás doble disfrute. Es un inolvidable 8.